lunes, 20 de julio de 2009

El tiempo de la madurez


Una fruta logra su color más hermoso en el momento de su plena madurez. Allí es cuando las aves se avalanzan sobre ella para degustar su sabor y su energía. Es allí cuando los niños juguetones le lanzan toda clase de objetos contundentes con tal de hacerla caer.
En la plenitud de su madurez la fruta es lo más dulce que podrá ser, y de ella brotará el mejor aroma de toda su existencia.
De la fruta madura se extrae la mejor pulpa y el mejor zumo, es la última prenda que viste un arbol antes de la mudanza de sus hojas y el final de un proceso que lleva el tiempo de la naturaleza.
Si la fruta soportó los embates de las estaciones, el rigor de la lluvia y el viento, el ensañamiento de las plagas y la escasez del suelo, allí se pintará de sus tonos intensos y le dirá a todos que su tiempo ha llegado, que ya está madura.
Tal es la fruta, así es el hombre. Por más que se esfuerce no madurará antes de su tiempo. Es necesario que muchas nubes surquen los cielos para alcanzar el color que abre los oídos de cercanos y foráneos, que llama al agricultor de consejos y al cosechador de sabiduría.
No es extraño que en la plenitud de la madurez, alguno le tire piedras por considerar que ya es tiempo de que caiga o porque quiere convertirlo en el trofeo del insensato.
En la plenitud de la madurez vienen volando los anhelantes de sueños para comer de la experiencia y del tiempo. Para disfrutar del consejo oportuno que se formó por estar sujeto a la savia eterna.
Así como la fruta, el maduro luce quieto, sin apresuramientos y consciente de su tiempo.

"Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permance en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podeís hacer" Jesús. (Jn. 15:5)


Germán Alberto Abreu.-

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